Te levantas con toda la actitud
para que tu día sea especial. Tienes todo planeado. En tu agenda no queda un
espacio libre para este día que, ante tus ojos, se ve prometedor, encantador y
luminoso. Todo ha sido fríamente calculado, has trabajado hasta el cansancio
para que cada detalle sea casi perfecto.
Los detalles de la temporada
están presentes en todo el lugar y hasta huele a Navidad –según tú-. O tal vez
sea sólo que el ponche hierve en la cocina e impregna el aire de ese aroma a
canela y frutas que te recuerda tu infancia. Aventuras entre amigos-hermanos-primos-cómplices-,
sonrisas y abrazos.
Si todo siempre ha sido así,
¿cómo algo podría salir mal? Has pasado horas envolviendo regalos, preparando
los dulces, eligiendo la comida, pensando en los horarios e inventando
actividades. En pocas palabras, has coordinando todo para evitar que haya detalles
sueltos y sin contemplar.
Pero a veces, aun cuando
pareciera que no hay lugar para imprevistos, las cosas simplemente “van mal”. Todo
fluye y en un instante una chispa surge y acaba con la magia. Intentas
detenerla pero resulta imposible. Te preocupas. Te pones nervioso y sudas frío.
Tratas de mantener la calma y respirar profundo. Esbozas una sonrisa, más de
nervios que de autenticidad, y te quedas en pie.
Piensas que la situación debería
ser diferente y no entiendes en qué punto te perdiste. A veces las cosas van
mal “simplemente porque sí”. Cualquier día puede cambiar de blanco a negro en
cuestión de segundos sin darnos explicaciones. Pero esto no es casualidad. A
veces las cosas van mal cuando necesitamos una muestra de que no podemos ni
debemos querer controlar todo y que debemos mantener el piso.
A veces las cosas van mal cuando
la humildad se está yendo de nuestras manos y la soberbia le gana terreno poco
a poco. Cuando olvidamos nuestro verdadero por qué y avanzamos sin un sentido
lógico. Van mal cuando alardeamos de hacer todo bien y dejamos de lado lo que
otros hacen y/o sienten.
A veces las cosas van mal
simplemente para enseñarnos la lección. Y cuando ésta llega, lo único que
debemos hacer es preguntarnos: ¿Para qué? Y ¿qué podemos aprender de esto? Porque
cuando las cosas van mal es porque nosotros así las percibimos, porque nosotros
vibramos en esa sintonía de malestar y atraemos más de lo mismo.
Cuando las cosas van mal tenemos
siempre dos opciones: aceptarlas como vienen, o tomar acción y volverlas
positivas, sin importar el tiempo o el esfuerzo que ello represente. Y es que a
veces las cosas van “mal”, pero también, esas veces, las cosas van bien…
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