Wednesday, May 5, 2010

Caminos de ayer

Con sólo un bolso de mano y los papeles necesarios dentro de éste, cuando el sol aún no había decidido despertar, partió por esa carretera que -años atrás- llegó a conocer casi de memoria. Había olvidado cuántos minutos pasarían antes de dejar atrás este lugar que ahora era el habitual, para adentrarse de nuevo -casi con temor- a ese sitio que le resultaba como parte de una historia que -desde su punto de vista- se había detenido cuando dejó la ciudad. Con alegría y un poco de asombro, descubrió que no fue así, el tiempo sí pasó, las cosas cambiaron, las calles ahora eran más grandes y había edificios donde antes sólo había llanos, pero la esencia era la misma.

En menos tiempo del que pensó que tomaría quedó libre, no había más trámites por realizar, y las horas fueron entonces sólo suyas. Miró a su alrededor y, sin saber el rumbo exacto, caminó. No pensó en la altura o la comodidad de sus zapatillas, ni el en sol que ahora era su acompañante, y mucho menos en el tiempo que le tomaría llegar, a donde sea que fuera. Así, sin prisa, respiró ese aire que durante años llenó de energía sus pulmones, y observó esos caminos que solían ser su ruta diaria, caminos ahora perfectamente desconocidos. Hizo un pequeño esfuerzo y recordó: cuántas cosas había vivido ahí, cuántas veces recorrió esas calles que le parecían sacadas de un cuento, ¿con cuántas personas compartió esas caminatas? Desaceleró un poco más el ritmo con la idea de disfrutar cada paso, alzó la vista y se encontró con el letrero del restaurant donde solía comer con los amigos, no pudo evitar sonreír, estaba exactamente igual que cuando lo visitaban en los años de la universidad. Sintió tranquilidad al notar que no todo cambiaba.


Poco más tarde, un café entre amigos (naranjada o limonada, da igual) y la plática de viejos, nuevos y futuros momentos. Después otra caminata, hacia el encuentro de esa reunión entre amigas, en el sitio donde no sólo comerían sino que la haría revivir -en cierto modo- amistades que se fueron, otras que permanecen, reuniones que comienzan casi siendo niños y terminan con adultos serios, situaciones para festejar y otras tantas por las cuales llorar, amores de juventud y, sobretodo, esos contados pero inolvidables días junto al amor verdadero. Así, después de horas de palabras de iban y venían, como las gotas de lluvia que caían fuera del lugar, con una taza de café frente a cada una, llegó el hasta luego. Después de una segunda taza de café, esta vez sin más compañía que su libro del mes, esperó pacientemente el sonido de la voz que anunciaría el momento de abordar el autobús que la llevaría de regreso a casa...