Monday, December 19, 2011

Botas de Navidad

Con pasos lentos, casi como paseando en una tarde de domingo, caminaba por el súper a las 11:30 de la noche. A pesar de la hora, la gente parecía no tener noción del tiempo. Todo alrededor hacía pensar que era mucho más temprano. La música de fondo, por supuesto, Navideña; y los chocolates, peluches, botanas, dulces, frutos secos y adornos de la temporada, aquí y allá inundando el ambiente de Navidad. A lo lejos, en uno de los anaqueles que separaban uno de los pasillos principales de la línea de cajas rápidas (que regularmente resultan ser todo lo contrario), unas pequeñas botas de colores llamaron mi atención. No fueron los colores, ni la forma, ni el tamaño lo que atrajo mi mirada hacia ellas, fue el instantáneo recuerdo que trajeron a mí, de aquellos años cuando -aún niña- recibía una de esas botas el día de Navidad, después de haberla visto, y esperado, durante días bajo el arbolito.

La emoción iba más allá del entendimiento de que, una vez entre esas pequeñas manos en las que apenas cabían, podría comer cada uno de los dulces contenidos en la bota, o de contar -junto a mi hermano y primos- cuántos dulces tenía ahora y hacer el "tradicional" intercambio por los más ricos. En realidad, la alegría me invadía, lo recuerdo perfecto, porque por fin tenía en mis manos el regalo, porque había observado (pacientemente) las botas, especialmente la que llevaba mi nombre escrito durante días, esa pequeña acción se volvía casi un ritual. Una vez que él (el hombre del bigote y la voz ronca) las colocaba -ordenadamente y con el nombre de cada uno de nosotros, los peques de la casa- debajo del arbolito, ahí justo al lado del nacimiento, mi misión era, diariamente al menos unas dos o tres veces, posarme frente a ellas, y observarlas, como si con ello pudiera lograr que el día de poder abrirla llegara al instante.

No tengo una foto para ilustrar esa bota llena de dulces pero tampoco creo que haga falta. Probablemente más de uno sabe a qué botas de dulces me refiero, y hasta ubica la marca, esa que en sus comerciales muestra a un búho que nos reta a saber cuánto tiempo nos toma llegar al centro de la paleta. No hacen falta fotos para revivir ese momento, que no era el más importante, pero sí el detonante de una serie de eventos y momentos que llegaban con la navidad. Situaciones que año con año trato de revivir porque me hacen volver un poco a la infancia, porque me hacen sentir junto a él y junto a la familia, aún cuando haya distancia de por medio.

De vuelta en el súper, veo la bota y rio al tiempo que mis ojos se llenan de agua. Recuerdos entrañables dan paso a la nostalgia navideña, esa que me vuelve loca por no poder estar ahí, pero lejos de llenarme de tristeza, aplico -con orgullo- todo eso que a lo largo de estos años le aprendí al hombre del bigote y la voz ronca. De este año en adelante sé que seré yo quien transmita exactamente lo que él me ha transmitido a mí, siendo la encargada de esparcir el espíritu navideño a quienes se encuentren a mi alrededor...

ps. Mi madre me ha motivado, sin duda, a muchas cosas en la vida, pero el responsable de que en mí exista ese espíritu navideño tan grande, difícil de contener, que reclama incansable brotar cada diciembre, así como todos esos recuerdos decembrinos (incluyendo la bota de dulces), ¡ese es Mi Padre!